Crónica de Arcade Fire en Madrid 2022
La banda canadiense Arcade Fire congregó, una vez más, a sus fieles seguidores en un Wizink Center prácticamente lleno para presentar su último álbum WE (2022).
Es el ciclo de la vida que diría aquel. En el mundo artístico, en este caso musical, la tarea de alcanzar elevadas cotas de creatividad prolongadas en el tiempo es más que ardua, y por mucho que le pese a muchos, Arcade Fire no es una excepción.
Sin embargo, en los últimos lustros, parece haberse instaurado una delgada línea entre el extremo que describo más arriba y el de ningunear a un artista o banda que ha engendrado obras maestras de la música contemporánea, y que parecen ya caducas o aburridas, como la primera gran trilogía de los canadienses. Y eso tampoco es.
En mitad del camino entre ambas cavilaciones, que pueden ser compatibles, sin acercarnos a las visiones más radicales del asunto, se encuentran nuestros queridos conciertos, esa experiencia musical sanadora (o destructora, según el caso), en los que la cronología de los hechos (discográficos en este caso) se detiene constantemente para que podamos disfrutar la fotografía que más nos gusta del álbum, desde el bautizo, pasando por la comunión o por las bodas de oro.
La excusa de su visita a Madrid fue el lanzamiento de su nuevo álbum WE el pasado mes de mayo, que aun mejorando a su frustrado predecesor Everything now (2017), se presenta un tanto irregular en muchos de sus tramos, aunque en otros parezca acercarse, más por nostalgia que por pegada, al sonido primigenio de la banda.
En este contexto, la extensa banda capitaneada por Win Butler y Regine Chassagne ofreció un concierto que fue de menos a más, donde el orden del repertorio pareció ser mejorable en su parte inicial, y en el que al igual que parecía decaer volvía a renacer en cada uno de sus actos. Una sensación de montaña rusa desmedida, que, sin embargo, no pareció causar la misma sensación entre un público entregado desde el primer minuto al show de los canadienses.
Y es que, independientemente del orden y selección de canciones o el sonido del Wizink, mejorable por momentos, el espectáculo de su directo y la interpretación de su música, que al fin y al cabo es lo que viene disfrutar el respetable, volvió a ser sobresaliente.
Con el escenario principal en uno de los extremos del otrora Palacio de los Deportes, y un pequeño ring en el lado opuesto, los miembros de la banda intercambiaban –como es habitual- entre ellos cada uno de los instrumentos, mientras sus líderes correteaban por la pista para interpretar en solitario algunas de sus canciones sobre el citado segundo escenario, mientras sobre él giraba la enorme e icónica bola de espejos que cuelga en cada uno de los directos de su gira.
Así, tras un arranque prometedor con “Age of anxiety I”, de su nuevo disco, o las primorosas “Ready to start” y “Neighborhood #1 (Tunnels)” de los magistrales The Suburbs (2010) y Funeral (2004) respectivamente, nos adentramos en un profundo valle –o más bien bache- de la mano de temas como “Put your money on me”, su visita al eternamente discutible Reflektor (2013) –amado y odiado a partes iguales-, que no terminó de encajar con “Afterlife” o su homónima, que da título al disco, antes de regresar al presente con “Rabbit hole” –segunda parte de “Age of anxiety”-, para volver a asomar la cabeza tras un tramo de oscuridad, que no acabó en ningún momento con la fe de sus creyentes, que seguían coreando, en este caso con menor desenfreno, cada una de sus canciones.
Sin restar merito, en ningún caso, a otorgarle el peso que consideran se merece su reciente trabajo, el hilo conductor del concierto pareció flojear en su inicio y ensamblar a las mil maravillas en una segunda parte impulsada por la acertada y reminiscente “The lighting” –sobre todo en su segunda parte-, que continuó con gloriosos y pulcros temas como “Rebellion”, “The suburbs” o “Sprawl II (Mountains beyond mountains)”, donde Regine terminó de rematar su fantástica actuación durante toda la velada.
La noche circulaba, ya, por un desenlace frenético que culminó en su primer intento con la celebradísima “Everything now”, y tras la que la banda entera se aupó al segundo escenario para celebrar el final de fiesta “flotando” entre la multitud con el “Spanish bombs” de The Clash y la majestuosa “Wake up”. Nunca un estribillo tan simple fue así de emocionante.
A la salida, cada cual cantaba, tarareaba y sonreía mirando la instantánea –o story- que más había disfrutado del concierto. Porque, a fin de cuentas, eso es lo que cuenta…
Redacción: Iñaki Molinos