Crónica: Arde Bogotá incendia Sevilla con su “Eclipse”
Sevilla se despertó de día y llegó la noche como un latido contenido. La pradera del CAAC era un corazón en suspenso, respirando anticipación. El aire olía a azahar, a tierra caliente, a cerveza y a nervios compartidos. Las colas se enroscaban como caracoles de humo, serpenteando entre risas, charlas, primeras canciones tarareadas y algunas camisetas con frases indie, imitaciones que hacían sonreír a los que sabían que la autenticidad estaba en la energía de la multitud.
La primera chispa la encendió Melifluor. Sus acordes eran mariposas eléctricas que bailaban entre los cuerpos, dibujando rutas invisibles y encendiendo la noche. La luna llena flotaba como un farol dormido sobre Sevilla, mientras los audiovisuales proyectaban una luna roja, presagio del eclipse que estaba a punto de consumarse: fuego, sombra y música fundiéndose en un único pulso.
El estallido
Cuando Arde Bogotá emergió de la penumbra, sentí cómo el tiempo se partía. “Veneno” explotó como un relámpago líquido, atravesando el aire y encendiendo cada mirada. La luna roja se reflejaba en cada guitarra, en cada brazo alzado, en cada grito que se perdía entre las estrellas. Sevilla ya no era ciudad: era llama, pulso compartido, eco de cada corazón vibrando al unísono.
“Abajo” y “Nuestros pecados” fluyeron como ríos de luz. Los riffs eran truenos suspendidos, los golpes de batería latidos gigantescos, y la voz de Antonio García faro que unía a veinte mil almas en un mismo aliento.
En un instante suspendido, García quiso ofrecer una reflexión:
“Quiero que vayamos por un momento a un sitio donde no tiene lugar el horror, el genocidio, ni las guerras”.
El mensaje cayó como lluvia cálida sobre la multitud; los carteles en las primeras filas eran hojas que sostenían esperanza, y la luna roja parecía inclinarse para proteger ese instante sagrado.
La Torre Picasso desde Sevilla
Con “La Torre Picasso”, la pradera se transformó en paisaje surrealista: una torre de luz y guitarra emergía del escenario hacia el cielo nocturno. La luna roja y la luna llena compartían el mismo cielo, espejo y sombra de la ciudad que se desbordaba. Entre tanto esplendor, algún destello berreta de los focos laterales recordaba que incluso la magia deja espacio a la imperfección. Cada riff era palabra escrita en el aire, cada golpe de batería un verso que Sevilla recitaba en colectivo.
El clímax
Mientras escuchaba “Qué vida tan dura” y escribía estas líneas, sentí que la multitud se convertía en río de cuerpos y voces. Saltábamos, girábamos, flotábamos: la noche se volvió líquida y nos absorbía. La luna llena palpitaba sobre nosotros, un corazón distante que resonaba en nuestra piel.
El eclipse se consumó con “Los Perros”, manada feroz que agitó la tierra bajo los pies. Sevilla ladró y rugió, se disolvió en sonido y luz. “Antiaéreo” y “Cariño” sellaron un silencio denso y vibrante, un recuerdo que flotaría entre los árboles y el río mucho después de que los cuerpos cayeran exhaustos.
JuancaSuperSub DJ Set: el ritual prolongado
Cuando los últimos acordes de Arde Bogotá se apagaron, la noche aún respiraba fuego. Juanca, DJ de Supersubmarina, emergió como un río de luz líquida, mezclando beats y recuerdos, y transformando la energía residual en un ritual nuevo. La pradera se convirtió en un mar de movimientos; la luna roja flotaba sobre los cuerpos danzantes, y cada pulso era un latido colectivo que conectaba cielo, tierra y corazón.
Los saltos eran cometas, los brazos alzados ramas de un árbol que alcanzaba la luna. Incluso los pequeños altavoces, algo berretas, vibraban con la energía de la multitud, intentando sostener un pedazo de esa magia. Cada beat de Juanca era un puente entre el concierto que terminaba y la euforia que permanecía. La música era río, lava, viento, y Sevilla bailaba en un eclipse donde luz, sombra y sonido se fundían en un solo cuerpo colectivo.
He escrito esta crónica entre metáforas y poesías, mientras escuchaba “Qué vida tan dura”, porque hay conciertos que no deberían acabar nunca, y viajar de Madrid a Andalucía es enfrentarse a las rimas que solo Sevilla sabe regalar.
Redacción: Paola Córcoles









