Tomavistas 2024. Donde siempre hay que volver
Afrontar el lunes posterior a un festival se aproxima a las sensaciones transmitidas por Los Planetas en su celebrado “Super 8”: Euforia, tristeza, ansiedad, zozobra, nostalgia, incertidumbre… Un amplío catálogo de sensaciones que se digieren lentamente y que ya dieron el pistoletazo de salida con la celebración del primer festival de la temporada en tierras murcianas, iniciándose una nueva temporada de encapsulamiento de piezas vitales que te llevan desde los gustosos cantos de sirena homéricos del Sureste español, a territorio capitalino de castizo paladar y enérgica canallesca.
En esa centralidad geográfica volvió a emerger el Festival Tomavistas quien, en esta ocasión escogió el recinto de la Caja mágica para celebrar tan magno acontecimiento. Sí, quitémonos el elefante de la habitación desde el inicio. Gran parte del público asistente prefiere el maravilloso Parque Tierno Galván (incluido el que suscribe estas líneas), entorno idílico (no carente de problemas logísticos) que los propios organizadores del Tomavistas, me atrevería a decir, descubrieron a muchos vecinos de la ciudad y alrededores y que se sustituye por un recinto más acondicionado para este tipo de eventos, donde la logística propia de un festival funciono correctamente (atención barras, baños, desplazamientos), pero que adoleció de un sonido escaso en las actuaciones de la tarde, una presencia crepuscular y constante de un olor fétido en el ambiente (¿síntoma de la podredumbre identitaria de la propia Madrid?) y una escasa convergencia de entorno y público asistente. El alma de la Caja Mágica brilla por su ausencia, pero cumple su función notablemente para desarrollar un festival.
Solventada la cuestión organizativa (reitero la necesidad de afrontar la mejoría del sonido de los escenarios), toca relatar lo acontecido musicalmente. En esta parcela, los sentimientos son encontrados. Creo que se presenciaron actuaciones internacionales de un nivel inconmensurable (Editors, Phoenix, The Jesus & Mary Chain), junto con otras de notable eficiencia (Los Planetas, Standstill, Los Estanques) y alguna que otra decepción (Derby Motoreta´s Burriot Kachimba). En fin, lo normal en un festival. Momentos álgidos, momentos bajos. Alegría, pena. Bien. Mal. Nada cambia, más allá de como afrontamos la vivencia festivalera.
La jornada del viernes apertura con la sobrada eficacia y energía de Repion y The Reytons, para celebrar con posterioridad (a un nivel de sonido ínfimo) la reunión de una banda de sobrada y reconocida trayectoria: Standstill. Concierto destilado de grandes clásicos que parecen no haber alterado su potencia a pesar de los parones autoimpuestos. En los tradicionales solapes, la prometedora banda Bodega desplegó su prometedor repertorio bajo, de nuevo, un sonido insuficiente que se vio aún más cuestionado por la irrupción de la prueba de sonido del escenario adyacente.
Quien verdaderamente vio lastrada su actuación por una acústica deficiente fue la maravillosa banda Dinosaur Jr. Aún así, J Mascis y los suyos sacaron adelante su actuación con la experiencia que da su larga trayectoria y su verdadero sonido alternativo.
De un producto noventero como Dinosaur Jr., a la celebración del espíritu noventero patrio por obra y gracia de la celebración del 30 aniversario de la publicación del primer disco de quizás, la banda más importante surgida en escenarios nacionales en estos años: Los Planetas. La banda más rodada, más irónica, cómoda e incluso divertida, desplegó con precisión quirúrgica todas y cada una de las canciones de “Súper 8” como abrazo a la nostalgia infinita de los melancólicos asistentes que por un momento volvieron a recordar como se ponía un cd en aquellas costosas minicadenas.
La “magia· de los festivales hizo que la actuación de los granadinos coincidiera con la nueva gran promesa de la música nacional: Alcalá Norte. ¿Un mero hype? No es tiempo de juzgarlo todavía. Es tiempo de disfrutar de su bárbara vitalidad sonora. La vida cañón.
La noche cayó y saludó con algarabía la actuación de Editors. Una banda en un estado de forma supino que, si ya sobresalió en su actuación murciana, aquí nos condujo a una actuación estratosférica, con un sonido aplastante y un arrojo descomunal. Una maravillosa actuación, épica, impactante. Para quedarse a vivir en ella.
El cierre de la jornada sucedió con The Blaze, quienes pusieron el listón muy alto tras su última actuación pero que, en esta ocasión desarrollaron una sesión más deslavazada, con el piloto automático puesto de quien se sabe contener porque la vida en la carretera es muy larga.
La tórrida jornada del sábado se atempero con la iniciática actuación de Derby Motoreta´s Burrito Kachimba. No me cabe duda que el grupo tiene discos arrolladores y que en otras ocasiones su directo ha sido sobrecogedor por lo electrizante de su propuesta. Lo que hicieron en el Tomavistas se alejó bastante de ello. Un recital desajustado, una banda un tanto cansada y un repertorio extrañamente arrebatado de energía. Cuestión contraria a la mostrada por Bum Motion Club, que se consolidan a cada acorde que tocan en los diferentes escenarios que pisan.
Hurray for the Riff Raff (bendecida recientemente por Pitchfork) mostró su epidérmica sensibilidad, rebajando revoluciones y apostando por un repertorio que, una vez más se vio lastrado por un sonido poco adecuado y quizás por verse incrustada en una posición de cartel un tanto extraña.
Belle & Sebastian es volver a un lugar seguro. Pasan y pasan los años y los escoceses siguen fieles a su idea, su repertorio, su forma de actuar, su pop sedoso y la celebración comunal de subir gente a bailar sus eternas tonadas de melancolía pop. Una magnífica zona de confort. Alejándose de esta zona están Los Estanques y Cariño. Bandas que caminan a pasos agigantados, con repertorios muy diferentes, por la senda del camino sonoro español a golpe de desparpajo, canciones contundentes y poderosa presencia escénica.
De todo esto van netamente sobrados The Jesus & Mary Chain. La tormenta sonora que desataron sobre la Caja Mágica reverberó por una audiencia embaucada y atravesada por sables de distorsión y punzantes letras que lograron transportarnos a cápsulas de ensoñación indie que lograron su máximo apogeo cuando sonó “Just Like Honey” y vivimos durante unos instantes en una película de la muy presente Sofia Coppola.
Alizz fue el contrapunto contemporáneo a un festival repleto de efluvios nostálgicos que llegó a su tope con la mastodóntica actuación de Phoenix. La banda, acompañada por una de las mejores escenografías que he visto en muchos años, elevó el nivel del Tomavistas a categoría óptima por obra y merced de unas canciones absolutamente perfectas. Ejecutadas a las mil maravillas y con un frontman fuera de serie. Matrícula de honor.
Con este estado óptimo, levantamos nuestros andares hacia los vomitorios de una ciudad que puede repelernos, escupirnos o aborrecernos, pero que cuando celebra el Tomavistas, nos acoge con bárbara felicidad. Hasta el año que viene.
Redacción: Juan A. Ruiz-Valdepeñas
Foto: Los Planetas / Javier Rosa