Kalorama Madrid 2025. Transformarse o morir
La segunda edición del festival madrileño, Kalorama Madrid, se trasladó al recinto de la Caja Mágica, con un formato y tamaño más adecuado al público asistente, proponiendo —aunque limitando— una gran oferta musical internacional.
Una Caja Mágica cercana, pero lejos de la comodidad en los albores del verano
Por allí han pasado, desde las dos primeras ediciones del Mad Cool, conciertos multitudinarios que no llegaron a funcionar, el actual Tomavistas o el festival Río Babel, que este año cambia de recinto debido a las obras.
La situación geográfica, viendo las limitaciones y el escaso espacio festivalero en la capital, es más que aceptable. El tamaño reducido de este año, donde parece que se quiere acomodar el Kalorama, pasa el corte sin problemas: dos escenarios enfrentados en apenas 200 metros y una comodidad que se les supone a este tipo de eventos —y que muchas veces no llegan a rozar— dan, a priori, el aprobado solvente al recinto. Sin embargo, otros factores, como el insufrible asfalto sumado a una ola de calor capitalina recurrente en esta época del año, convierten la experiencia en algo soporífero, al menos hasta que termina de caer la noche.
La Plata, con un concierto sobresaliente presentando su nuevo disco en la primera jornada, o El Buen Hijo, el sábado, sufrieron la escasez de oxígeno ante el escaso público que se atrevía a salir de las sombras generadas por las mesas de sonido o las barras. Desde cualquier rincón, eso sí, el sonido de los dos escenarios hacía las delicias del respetable, al menos en horario diurno, y de ello se aprovecharon Badbadnotgood con su elegante neo-soul, funk, psicodelia o lo que les eches, así como Model/Actriz y su noise descarado y sin complejos, por momentos excesivo pero acogido con entusiasmo por el público.
Sorteo de cabezas de serie en el templo del tenis madrileño
Como si de un torneo internacional se tratara, los cabezas de cartel se mezclaron en el bombo para sortear su colocación en el cartel y los horarios de sus actuaciones. Lo del cartel no deja de ser una queja banal, ya que cada uno escoge quién es su favorito del día, pero no deja de ser curioso que la aclamada —aunque intrascendente por momentos— actuación de Jorja Smith en el escenario principal se viviera en su mayoría bajo la luz natural de junio en Madrid.
A esa misma hora del sábado, María Arnal elevó el pabellón nacional con una actuación soberbia, donde mezcló con la medida exacta la danza, las bases electrónicas de su propuesta y su descomunal proyección vocal. Aumentó así una oferta española algo arrinconada, a modo de sándwich, con actuaciones abriendo el festival o al final de la jornada, como fue el caso del descafeinado concierto de Alizzz el viernes.
Por su parte, Father John Misty afrontaba el viernes como el tapado del grupo, y desde el primer momento de su show dejó claro que iba a ser el gran triunfador de la noche. Sobre el segundo escenario —algo más pequeño que el principal— derrochó carisma, magnetismo y una belleza musical hartamente difícil de encontrar en un festival. Su inagotable catálogo interpretativo alcanzó cotas solo a la altura de su pedazo de banda, que pulverizó sin pasión 60 minutos majestuosos, sin parangón en todo el fin de semana.
Experiencia gourmet, platos exclusivos y pequeñas degustaciones
Si de algo puede presumir el Kalorama es de un cartel ecléctico, con una interesante variedad musical y con propuestas no excesivamente masivas, incluyendo sus cabezas —o segundas líneas— de cartel. Con una fórmula que intercalaba —de manera más o menos adecuada— géneros, y actuaciones no superiores a la hora (excepto en contadas ocasiones).
Si todo esto se incumplió en algún caso fue por el concierto de Pet Shop Boys. Cabezas de cartel cumpliendo su papel, alternativos pero altamente populares, tocando alrededor de hora y media y, cómo no, cercados durante casi una hora por la “maldición” meteorológica del Kalorama, que en esta ocasión no llegó a concretarse, pero sí provocó que su actuación se retrasara por precaución.
Tras ello, los de Londres no dieron tregua alguna y dispararon un hit detrás de otro, volviendo a demostrar la inmortalidad de su música y, me atrevería a decir, de su estado de forma. A pesar de la espera y del déficit de volumen del escenario principal al caer la noche, la gente volvió a entrar en calor gracias a un repertorio históricamente insigne.
Algo similar, aunque con menor alcance -y no sería por el ánimo constante de Wayne Coyne- sucedió con The Flaming Lips y su habitual parafernalia sobre el escenario, interpretando, con sus picos y sus valles, el mítico Yoshimi Battles the Pink Robots (2002) la noche del viernes, o con la divertida y siempre atrayente propuesta de Scissor Sisters para cerrar el festival el sábado.
Celebramos el camino que parece haber tomado el Kalorama Madrid, que, ajustando algunos detalles, se hará hueco en la sobrecargada oferta festivalera de nuestro país. Veremos si cuadran todas las cuentas…