Reseña disco Julio de la Rosa «Hoy se celebra todo»
«La belleza es ese misterio hermoso que no descifran ni la psicología ni la retórica.»
Borges
Julio de la Rosa vuelve a publicar un disco tras cuatro años de silencio en los que ha estado más centrado en la composición de bandas sonoras para películas y series (cuestión ésta que le ha reportado un Goya por el score de La isla mínima). Tras su celebrado Pequeños trastornos sin importancia, el gaditano retorna con una sugerente y estilizada colección de canciones , íntimas y descarnadas, con un sonido elegante de vaporosa y refinada producción, donde la secuenciación electrónica lo-fi vehicula el sonograma del disco bajo una efectiva letanía lírica de paisajes emocionales salvajemente expuestos.
Estos parajes musicales entrevelados se complementan e incluso se entienden bajo el concepto recogido en su reciente obra literaria Wendy y la bañera de los agujeros negros, cuyo inicio se corresponde con el tema El desvarío de un superviviente, donde De la Rosa traza una historia de nostalgia y naufragio que acompasa de forma sobresaliente las letras de un álbum radicalmente introspectivo y evocador, que tiene cumbres musicales como Malapascua (sutil juego de versos en su estribillo), Celebrando la suma (una declaración de valores que se pueden resumir en el verso «somos gestos feroces»), Las Puertas (gran acierto esa ruptura de base electrónica mezclada con elementos arabescos), Oceanario (de una simpar belleza), Juegos de mesa y Cosas que pasan (para mí, las mejores canciones del disco por su epifanía entre música y letra) o Asueto (que actúa a modo de interludio final del álbum gracias a una instrumentación sinfónica pegada a las bandas sonoras creadas por De la Rosa).
Un viaje creativo, nostálgico de lacerante melancolía con briznas de esperanza que van jalonando el camino trazado en las diez canciones que exhala un profundo y melancólico examen de conciencia y todos aquellos vectores de interacción que actúan sobre ella, porque, tal como expresó el escritor Ionesco:» El hecho de ser habitados por una nostalgia incomprensible sería, al fin y al cabo, el indicio de que hay un más allá. «
Redacción: Juan A. Ruiz-Valdepeñas







