La Carretera
Manu Larcenet
Norma Editorial
En el año 2007 hubo una novela que lo petó. Esta frase cargada de jerga juvenil del pasado tampoco dice nada del otro mundo. ¿Acaso no hay libros de éxito cada año? Evidentemente, pero es que este era bueno. Y con eso queda clara la deriva editorial y los gustos de la gente, si es que alguna vez fueron buenos… los gustos de la gente. El autor era Cormac McCarthy, a quien algunos ponían al nivel de coetáneos como Thomas Pynchon, Don DeLillo o Philip Roth. Un veterano novelista norteamericano con una ristra de novelas (fallecido hace justo un año) como “Todos los hermosos caballos” (horriblemente adaptada al cine), “No es país para viejos” (magníficamente adaptada por los Coen, con un Javier Bardem supremo y con flequillo) o esa obra magna titulada “Meridiano de sangre”, de momento inadaptable. Todas ellas en modo Western. «La carretera» se salía de ese contexto, era una terrible distopía que también fue adaptada al cine de manera aceptable por John Hillcoat, en 2009, con un extraordinario Viggo Mortensen. Ahora, dos décadas después, Norma Editorial saca en España la adaptación que el gran Manu Larcenet ha hecho al cómic de esta desoladora novela.
Larcenet es un peculiar historietista francés que ha llevado a muchos, incluyendo al abajo firmante, a interesarse por el cómic más allá de los clásicos de nuestra infancia. Es conocido por «Los combates cotidianos» (2004), una hermosa crónica generacional previa al desastre de 2008 y con los primeros atisbos de la ultraderecha acechando a todos. Sus viñetas, aunque traten temas serios, estaban sazonadas de humor, porros, color y espíritu punk, con personajes dibujados con grandes narices. Como autor ha evolucionado a obras más oscuras como “Blast” o “El informe Brodeck” (también una adaptación) o manteniendo el tono autobiográfico como la más reciente y surrealista “Terapia de grupo”. Por eso no sorprende cómo ha abordado «La carretera», con un aspecto tenebroso, denso e infernal, utilizando colores grises oscuros y tonalidades ceniza, reflejando el color del apocalipsis. Un distopía hacia la que vamos cuesta abajo, y sin freno, con este neoliberalismo esquizoide y sus infinitos seguidores (tú también, sí, tú, admirador y votante del perturbado porteño o la perturbada castiza) campando a sus anchas como si fueran el cuarto jinete del Apocalipsis, o sea, el más chungo.
Si no conocen la historia, porque son adeptos a Sonsoles Ónega o famosos metidos a novelistas, les comento que trata del viaje que hacen un padre y un hijo por una infinita carretera rodeada de ruinas, con el aire gélido y el humo devorando todo. El fin ha llegado, no se sabe cómo, seguramente lo teníamos merecido. El hombre y el adolescente, esqueléticos ambos porque apenas se nutren, van camino de la costa donde creen que quizás, solo quizás, puedan vivir un poco mejor. En medio, se encuentran con los últimos resquicios de la civilización humana, esa misma que votaba a nazis, porque les sujetaban el cubata, o estafadores que van de antisistema y venden supercárceles para resolver los problemas. Esos humanos que quedan son locos, caníbales y desesperados.
Larcenet se ha marcado una obra maestra que hay que sentir. No se sale bien de ella, de hecho. Si han leído el libro, todo el horror que imaginaban lo traslada a la viñeta hasta el último detalle. Pero, además, consigue hacer algo más difícil: mantener la forma y el fondo de los escuetos diálogos entre el padre y el hijo, motivo por el que a McCarthy le cayeron todos los premios de la época. Si no te remueven por dentro, básicamente eres cualquier machote patriota que abunda ahora en masa. También están los indiferentes, con su encogimiento de hombros, como siempre han hecho. Vamos camino de la carretera, cabrones, y lo habéis permitido todos vosotros. Sí, tú, tú también.
Redacción: Gonzalo Visedo








