La explosión controlada de Interpol en Madrid
La banda de Manhattan pasó por la madrileña sala La Riviera, dentro de su gira por España, para presentarnos su nuevo trabajo, The other side of make-believe, en un concierto impecable y sin grandilocuencias.
Hace ya más de 20 años que el trio neoyorkino -antes cuarteto- empezó a saborear las mieles del éxito, encuadrados dentro de una de las últimas grandes generaciones del revival rock de nuestro siglo.
A esto se sumó todos los clichés que os podáis imaginar: ya sea a nivel musical, creativo o personal. Una amplia colección de lanzamientos desde entonces, con más aciertos que errores, el abandono de la banda de uno de sus miembros, problemas con las adicciones, bajadas al infierno y un largo etcétera al gusto de la imaginación de cada uno.
Sin embargo, si algo hay que destacar de la banda capitaneada por Paul Banks son las ganas de seguir ahí, al pie del cañón, elaborando el mejor discurso que parecen capaces de hacer. Y es que la historia de Interpol, y su música, es la de un estilo definido desde su primer hasta su séptimo disco, con matices y detalles, pero al fin y al cabo su propio estilo.
Post-punk alternativo, rock oscuro, melodías hipnóticas…describámoslo como queramos, pero cualquier persona con un mínimo de bagaje musical contemporáneo sabe distinguir un riff de guitarra enmarañado de la banda de Nueva York en apenas unos segundos, otra cosa es que te apasione o no.
Y de apasionados/as estaba La Riviera repleta el pasado martes para recibir con honores a Kessler, Fogarino y Banks en su segunda noche consecutiva en la capital, dentro de un tour que los ha llevado y llevará por siete ciudades (y salas) españolas en un guiño al público que ha respondido agotando las entradas en todas sus citas. Y he aquí otra de las claves a destacar de la forma de actuar de un grupo de culto, con gran cartel y prestigio, pero con ganas de trabajar.
En tiempos en los resulta muy sencillo aglutinar a tus seguidores en grandes recintos de las principales capitales, minimizando gastos, alquileres y en general actuaciones, Interpol decidió recorrer la geografía española -y portuguesa- en salas más pequeñas, con más encanto y sobre todo, ofreciendo una experiencia totalmente opuesta a la de los grandes pabellones, en los que aún podrían actuar, echando cuentas.
De esta manera, pudimos sumergirnos en un recorrido con aroma añejo pero recurrente, disfrutando de un sonido perfectamente matizado de inicio a fin. Sin aspavientos ni excesos, saludaron al personal antes de arrancar con un contundente cargamento de canciones que contenía temas como ‘Toni’ o ‘Mr.Credit’ de su notable último trabajo, intercaladas con clásicos como ‘Evil’ o ‘C´mere’ del maravillo Antics, o ‘If you really love nothing’, una de las joyas de su anterior trabajo, Marauder, con los que el público entró en calor a base de guitarrazos y esos estribillos magnéticos que todos hemos berreado en más de una ocasión.
A un sonido exquisito, se sumaba la destacable ejecución de Fogarino en la batería, la homogénea y atrayente voz de Banks, los sintes y bajo que acompañan a la banda durante la gira, los punteos característicos de Kessler a la guitarra y una selección de repertorio que hizo crecer la actuación durante la noche, manteniendo un ritmo de concierto difícil de imaginar a priori para un estilo como el de Interpol.
Así se sucedieron cortes de mayor oscuridad como ‘Pioneer to the falls’ de su tercer trabajo, con otras novedades con sabor a clásico, como es el caso de ‘Fables’, con la complicidad entre un público muy respetuoso hasta el tramo final -para lo que estamos habituados a sufrir en los últimos tiempos- y un amabilísimo Paul Banks como maestro de ceremonias, chapurreando un perfecto castellano con acento mexicano.
Sin tiempo para reposar, dentro de la maraña sonora, esponjosa y comodísima creada por los neoyorquinos, saltaron al ring pesos pesados como ‘Osbstacle 1’ o ‘Rest my chemistry’ para alcanzar el punto más álgido de una sobresaliente noche, donde el respetable acompañó con entusiasmo a la banda, visibilizado con mayor claridad en unas primeras filas talluditas entregadas a sus temas. Lo que siempre debería ser.
Tras la cúspide sonora y ambiental, la fase que más desconexión generó -dentro de un correctísimo setlist- la conformaron temas como ‘Passenger’ o ‘The new’, con las que la banda descansó para encarar un final a la altura de las circunstancias. Guitarras pegadizas, nostalgia e indie rock de la mano de ‘PDA’ y ‘Slow hands’ para despedirse antes del correspondiente bis. Una reaparición empapada en la intimidad de canciones como ‘Next exit’ y el preciosismo final de ’No I in threesome’ -ya habían vaciado el cargador de grandes pelotazos- que encajaron mejor de lo previsto en un baile final reservado para sus fieles.
Supervivencia y elegancia en una banda que ha sabido envejecer con la dignidad y dedicación que merece una de las formaciones fundamentales del rock del siglo XXI.
Redacción: Iñaki Molinos